Ni mansa ni brava, ni grande ni chica, demasiado desigual para una fecha de lujo, la corrida de Palha aguó la primera de las dos fiestas con que en Bilbao se conmemora el centenario del Club Cocherito, solera pura, rango mayor. Un espectáculo injustificadamente premioso y largo: hora y media después de despejarse el ruedo estaba por soltarse el cuarto de la tarde, que fue, por cierto, una artera prenda. Suelto, zumbón agresivo pero a la defensiva, de los que arrean al ver descubierto a quien tenga delante.
Para sorpresa de no pocos, Rafaelillo, que ha pechado en Madrid con toros de Palha bastante más peligrosos y díscolos que el de este turno, decidió abreviar. La solución adecuada. Corta faena de aliño, de las que ya no se llevan pero deberían llevarse. Cuando el toro se indispuso, dispuso el torero murciano, que no perdonó y, sin que se percatara nadie apenas, tuvo en la mano al toro. Una estocada ladeada. A toro tapado, cinco descabellos.
Antes de tan ejemplar brevedad, la corrida, de cinco espadas y un caballero lusitano, se había enredado y no para bien. No fue feliz la idea de abrir festejo con un rejoneador relativamente nuevo y no de los mejores: Manuel Lupi, hijo de aquel gran Lupi que lo renovó casi todo hace medio siglo. El detalle fue vérselas con un toro desmochadísimo de Palha. El toro no se enceló ni llegó a entregarse y el toreo a caballo fue esta vez un clavar por clavar. Y no siempre con acierto. Con el rejón de muerte Lupi estuvo desafortunado. Sólo en la séptima reunión entró muy trasero el estoque entero. Luego fue el turno de Víctor Mendes, a quien rindió respetos con un aurresku de honor un dantzari antes del paseo -homenaje protocolario clásico de Bilbao-. Con el portón de toriles ya abierto, todavía se tributó a Víctor una ovación cariñosa, que le obligó a desmonterarse. Largo, sacudido, descarado, negro remendado, muy huesudo, el toro de Palha con que Víctor se sumaba al homenaje del Cocherito resultó un chasco.
Víctor lo lidió con estilo y cabeza, galleó por chicuelinas e hizo en banderillas, compartiendo tercio con Padilla, un generoso esfuerzo. Agarrado al suelo, negado a despegar de rayas, el toro esperó en las tres reuniones. Tres pinchazos sin cruzar. Se echó el toro.
Faena de Padilla
Padilla es en Bilbao de siempre torero arrebatador. Aquí las ha formado de todos los colores. El tercero, playero y degollado, ancho, de fea traza, escarbó y se manifestó en eso. Padilla hizo de tripas corazón: tres pares de banderillas. Gran detalle el de no comprometer a Mendes. Y una faena, luego, de las llamadas de profesional: poderosa, fácil, sencilla sólo en apariencia. De enganchar por el hocico al toro o taparlo, de no dejarle pensar. De gran habilidad. Una estocada a paso de banderillas, tres descabellos.
El paréntesis de Rafaelillo fue de agradecer. Ninguno de los dos últimos toros se prestó a logros mayores. Un quinto cariavacado, frenado de salida, distraído que tuvo de largo viajes turbulentos pero no embestidas en regla; y un sexto escarbador que, en un arreón, estuvo a punto de empotrar a Padilla contra las tablas. Con el quinto estuvo irregular Bolívar: de pronto al ataque y de pronto recogiendo velas. Sin apostar por el toro, que pedía guerra. Fandiño, fiel a su línea de torero de compás, se puso por las dos manos en un intento de seducir al sexto. Sólo cupo torear en línea y en muletazos sueltos