Horas después de alabar a LeBron James como "quizá el mejor jugador
que haya existido", el Comisionado David J. Stern va a mirar cara a
cara a los campeones de la NBA, los reales señores del anillo: el
cuerpo técnico y la plantilla de jugadores de Los Angeles Lakers. Con
el Jugador Más Valioso: Kobe Bryant.
Stern, el cerebro que maneja las garras de la NBA, se detiene en el
Staples Center, el cavernoso santuario de los altísimos Lakers, para la
ceremonia habitual en los arranques de la gran Liga profesional.
Consagrar, ungir a los campeones que van a defender título, poder y
gloria. Colocar el anillo de campeón en cada una de las manos que
contribuyó a la conquista. Uno de esos anillos repujados con diamantes
irá a poder de Pau Gasol quien, dolido de una lesión muscular en la
pierna, probablemente no intervendrá en el partido inaugural:
Lakers-Clippers. "Ir a peor no tendría mayor sentido", advierte Gasol:
que no trabaja con balón desde la semana pasada. "Lo peor sería que
empeorara; no habiendo recaída, es un problema que no existe", zanja
Phil Jackson, el entrenador-récord. Phil va recibir su... décimo
anillo. Y se lo va a dedicar a su ayudante octogenario, el maestro Tex
Winter, el gurú que montó el Ataque de Triángulo, metralla para Michael
Jordan y Kobe Bryant. Winter convalece de una hemorragia cerebral. Pero
no faltará.
El veneradísimo LeBron se ha dejado venerar en Manhattan por la alta
sociedad. Ha presentado libros en fiestas de Vanity Fair. Y ha hablado
contra Bush. Hoy, escoltado por Shaquille O'Neal (¿habrá paso libre en
el interior de la zona?), el gran LeBron mide la recuperación de Kevin
Garnett y los veteranos Celtics. En Staples, Stern va a tener que
mirarse en el iris de los ojos de Kobe Bryant. Y en el peligroso
resplandor de esos ojos, lo quiera o no el Comisionado, reluce y habita
el campeón de la NBA.