Jose Mourinho consiguió lo que se proponía sacrificando una vez más el espectáculo. Eso sólo le interesó al equipo
que dirige Pep Guardiola, que impuso su filosofía de juego sobre el terreno de juego pero no en el marcador.
Se enfrentaban en la pizarra dos técnicos ganadores, cada uno con su libreto, que se conocen bien. El portugués tuvo a sus órdenes en el Barça a Pep como ayudante de Robson, pero en el Inter no tiene ningún jugador de sus características,
y quizá si lo tuviese tampoco jugaría. Muntari, Motta, Zanetti y Sneijder fue su centro del campo titular, pan comido
para que Xavi hiciese y deshiciese a su antojo con Keita y Touré Yayá de guardaespaldas. El marfileño dio una clase
del tipo de fútbol que le gusta a Mourinho. Su despliegue físico devoró a los centrocampistas del Inter, que entre unas
cosas y otras no olieron la pelota.
En los ataques neroazzurros, el esférico pasaba directamente de los centrales (o el portero) a Etto y Diego Milito,
dos buscavidas que no pudieron hacer nada ante Alves, Piqué, Puyol y Abidal. El camerunés descubrió las diferencias
entre su ex equipo y el Inter. En el Barça tenía asistentes y ahora sólo puede pedir que Dios le asista. El camerunés
se pasó todo el partido bajando a buscar la pelota y corriendo en busca de balones imposibles. Más daño fue capaz de
hacer Diego Milito, pero su aventura en solitario tampoco llegó a las redes.