Es una alegría tomar el AVE, en Madrid, y llegar en poco tiempo a Barcelona. Vamos ahora a disfrutar con una corrida de toros, como tantas veces hemos hecho para ir al Liceo, al Lliure, al Palau, al Romea, al Museo Picasso, y luego cenar en Els Quatre Gats, en Culleretes, en la taurinísima Casa Leopoldo...
En la Monumental, con sus torres neobizantinas, cuelgan los carteles en los que se anuncia, entre otros, a José Tomás. Acudo con la ilusión de ver a dos figuras, Morante y El Juli, junto con Finito, nacido en Sabadell, aunque se anuncie «de Córdoba».
Durante el viaje, recuerdo a Mario Cabré, con sus verónicas de manos bajas y su interpretación del «Tenorio»; a Romy Schneider, viendo aquí torear a Luis Miguel; la pasión por Bernadó y Chamaco; los triunfos de Arruza, Manolo Vázquez, Paco Camino; a El Cordobés, lanzando billetes desde el balcón de su hotel a las Ramblas; a Néstor Luján, gran disfrutador de la vida y de los toros...
En la Monumental, esta tarde, los toros de Domingo Hernández y Garcigrande, los Domecqs de Salamanca, resultan buenos para los toreros y cada uno demuestra su actual situación: El Juli, plenitud total dentro de su concepto; Morante, además de arte, buena disposición; Finito, lo que hubiera podido ser, en el toreo...
El Juli está -como suele decirse- intratable: les corta las orejas lo mismo al buen tercero que al complicado sexto. El secreto, para mí, está muy claro: une cabeza clara con mando, buena técnica y ambición. Además, dirige la lidia, con orden y con rapidez, sin permitir capotazos inútiles.
A su primero le hace una faena completa: primero, algo en línea, para ir «haciendo»al toro, manda, alarga y liga. Luego, más en círculo. Acaba enroscándose el toro a la cintura cuando y como quiere: la gente, entusiasmada, de pie. Improvisa cuando hace falta. Y, volcándose, consigue una gran estocada: dos orejas sin discusión. El último es más flojo y lo cuida mucho. Además, resulta tobillero, incómodo: parece que no va a haber faena. Pues sí que la hay: se va haciendo con él y con el público. Remata con un arrimón de verdad, con mérito, y otro estoconazo.
El público no toleraría que no le dieran las dos orejas. Escucho dos comentarios: «Si quieres invitarlo a algo, dile que toree». Y otro: «Es como Nadal: no tiene la clase de Federer pero sí un carácter que le hace ganar todo...» Creo que lo definen bien.
A Morante le tocan los dos peores pero muestra su buen momento: en su primero, sólo con el capote, en lances majestuosos. En el quinto, que embiste a regañadientes, se muestra valiente y hasta porfión, aguanta parones y, cuando consigue que embista, corre la mano con naturalidad admirable. Además de su arte, demuestra su actitud actual.
¡Qué buen torero sería Finito si quisiera, si tuviera ambición, además de estética, y se comprometiera de verdad con lo que hace! En los dos, la cosa queda sólo a retazos.
Hemos disfrutando viendo toros en Barcelona. Dios sabe cuánto tiempo podremos seguir diciéndolo.