Los tres avisos le dieron a Emilio de Justo. Uno detrás de otro le cayeron como losas. Se hundía después, cuando el tercero anunciaba que en Madrid se acababa de dejar un toro vivo. Era el segundo de la tarde. No hubo de volver a los corrales, cayó el toro, ya había amagado con desmoronarse justo antes de que su banderillero Luis Miguel Campano le sacara el capote para animarle a resucitar. Mantener en pie el último aliento de vida. Fue un ejemplar encastado, con movilidad capaz de transmitir emoción y tomaba la muleta con una entrega y expresión que hacía que no dejáramos de observarlo durante toda la faena. Y era casi un milagro, porque tuvo el toro que hacerse bueno a pesar de que le dieron una lidia de infarto: de las malas malas. «Lipi» no lo vio claro y Campano, que no había estado del todo atinado en el primer encuentro, le achuchaba dando órdenes, no sabemos si directas a su compañero o para dejar más en evidencia lo que era pura claridad a los ojos de cualquiera. ¿Quién era el matador? Lo mejor que hizo De Justo fue sobreponerse, echar por delante lo que le habían puesto a malas. Tuvo la firmeza el torero como aval, sólo que al toro le dio por embestir y De Justo no tuvo la habilidad de atacar al astado para que la faena estallara en la ligazón. Y crujiera la plaza, y vibrara Madrid. Dejó pasajes buenos, sobre todo algunos naturales aislados de un trasteo que rozaba la eternidad. Y pagó el exceso. El primer aviso le sonó antes incluso de perfilarse con la espada, el resto ya está contado. El quinto era una pintura. Acapachado de pitones y de bella estampa pareció predestinado a embestir con esas hechuras. Pero no estuvo a la altura. Se descompuso en el viaje, un tornillazo final y una faena de entrega, pero sin romper.
Trágica cogida
Lancho volvía a Madrid después de protagonizar una de las cornadas más espectaculares e impactantes que se han vivido en esta plaza. Ese toro de Palha le dejó colgado en el pitón por el pecho, casi inerte y ante el pavor generalizado, que se había adueñado de la plaza. Momentos trágicos que no se olvidan. De ahí que se fuera derecho a Máximo García Padrós a brindarle la muerte del tercero. En él dejó depositado el destino su vida un año antes. Y se la salvó. La afición supo ovacionarle antes de empezar. Hay cosas para las que Madrid no olvida, tampoco los 90 años de la muerte de Joselito. Historia del toreo que mantiene la llama del hoy. No tuvo suerte Lancho en un encierro que tuvo mucho que torear. La de Los Bayones sacó casta para acudir al engaño con viveza y, en algunos casos, calidad, aunque, como el primero, le diera por rajarse. El tercero sacó las malas ideas de principio a fin y por segundos nos temíamos lo peor. Pasó el trago y lo peleó con el sexto, de menos clase aunque se dejó. Tenía complicaciones al embestir a veces por dentro y Lancho tiró de la voluntad, de ánimo.
A Gabriel Picazo le tocó ese primero rajado que metía la cara que era una locura. Le sacó alguna tanda estimable, las últimas ya en los terrenos cercanos a tablas. Hubo ganas de agradar, pero faltó comunión, rotundidad y finura en la espada. No encajó en Madrid cuando con el cuarto quiso buscarle las vueltas en una faena larguísima por circulares y una poncina no del todo ortodoxa. Le reclamaron ahí lo que no había justificado antes, en una faena llena de quietud pero a la que le faltó alma. Y alma faltó toda la jornada para romper ese triunfo que sí llevaba la corrida de Los Bayones. Y no lo hubo, no llegó, se nos fue la tarde. Adiós a los toros para salir de la crisis.