La final perdida ante Federer en Madrid fue el comienzo del calvario que Rafa Nadal ha vivido este verano. Las desgracias nunca vienen solas y el mallorquín cayó eliminado ante Soderling en los cuartos de final de Roland Garros, debió renunciar a la defensa de Wimbledon y parar durante casi dos meses a causa de una tendinitis en sus rodillas. Pero las malas rachas pasan, por más que no lo hagan de un día para otro. Hoy Rafa Nadal ha vuelto a disputar una final aunque haya sido derrotado por un gran Nikolay Davydenko en dos sets (6-7, 3-6).
El tenista de Severodonezk, que se recuperó muy bien de su durísimo duelo de semifinales ante Djokovic (4-6, 6-4, 7-6), volvió a demostrar que es el jugador más en forma del momento. Jugó muy bien al ataque, con paciencia y abriendo continuos ángulos para manejar los puntos dentro de la pista. Con una exquisita técnica y una velocidad de bola y de pies realmente elogiables.
En el primer set tomó ventaja en el marcador tras romper el servicio del español en el tercer juego del partido (1-3), colchón que sin embargo el ruso vio anulado gracias a la sensacional reacción de Rafa y a algún regalito de su parte con su derecha paralela. Nadal, que disputó uno de sus partidos más completos desde su vuelta a las pistas, se agarró a la pista con una gran seguridad y solvencia desde el fondo de la pista, aunque con un tenis aún algo conservador y sin la chispa de velocidad mostrada en su espectacular comienzo de temporada.
En el tie break resurgió el ruso de los primeros juegos, más atrevido y suelto que Nadal, al que le costó más de lo habitual hacer el balance de defensa-ataque. Disputó los puntos desde demasiado lejos y acabó pagándolo caro frente a un rival que camina muy bien hacia delante y que se asomó sin complejos por la red.
Menos disputado resultó el segundo parcial, en el que Davydenko comenzó como una moto espoleado por el desenlace del set anterior. Nadal aguantó el pulso, con mucho corazón y piernas, hasta el sexto juego, en el que cedió su servicio (2-4) y vio escaparse a su rival, que percutió con fuerza sobre su revés, hasta un inquietante 2-5. La suerte ya estaba echada.
Nadal jugó un ejemplar octavo juego tras sacarse una increíble frescura mental de la chistera. Fue muy agresivo, se tapó el revés para bailar a su oponente con su drive de un lado a otro de la pista y encontró varios golpes ganadores. Dio el pasito adelante que le faltó todo el partido demasiado tarde. Esta vez Davydenko no se atrapó y supo resolver su juego con solvencia, apoyado en el mejoradísimo servicio que lució durante todo el encuentro.
El ruso sumó su cuarto título del año (Kuala Lumpur, Umag y Hamburgo) y su tercera victoria sobre el número dos del mundo. Pero la mejor noticia es que Nadal volvió a saborear una final y mostró estar cerca de su velocidad de crucero.
Las lesiones afean el torneo
Lo visto en este Masters 1000 de Shanghai debería hacer recapacitar a Adam Helfant, actual director ejecutivo y presidente de la ATP, sobre el calendario inhumano del deporte de la raqueta. Es el segundo viaje del año a tierras del continente asiático que impone el circuito a los jugadores y llega en el mes de octubre, con la gente muy castigada físicamente y con el chivato de reserva encendido. El resultado no ha podido ser más decepcionante: a las notables ausencias -Federer, Murray...-, se han añadido ocho abandonos por lesión y un ambiente desangelado por los vacíos graderíos del espectacular Qi Zhong Stadium.
Mischa Zverev, José Acasuso, Juan Martín Del Potro, Andy Roddick, Tommy Haas, Gael Monfils, Stanislas Wawrinka, Ivan Ljubicic y Feliciano López no pudieron luchar con todas sus armas en la pista y se vieron obligados a dar la mano y desear suerte a sus respectivos rivales antes de tiempo. ¡Un 14 % de los 56 participantes se lesionaron en la pista! Un dato tan alarmante como lógico si se tiene en cuenta que estamos en el décimo mes de una temporada que arrancó el 4 de enero en Brisbane (Australia) y finaliza el 7 de diciembre en el Palau Sant Jordi de Barcelona con la final de la Copa Davis. Once meses de competición sin respiro en un deporte eminentemente individual.