No es suficiente pasar vergüenza con un cuarto puesto lamentable, no
alcanza la humillación sufrida en Bolivia, no es definitivo el barrido
que le pegó Brasil en Rosario. No,
siempre hay un espacio más para hundirse en la miseria. Maradona, como ningún otro, es especialista en eso y lo dejó patente,
con todo su resentimiento, después del
Argentina-Uruguay.
Antes del partido decisivo, aquí en España asistíamos a las palabras de
Eduardo Galeano sobre el que sigue siendo el mejor jugador de la historia:
"Diego
es un dios de barro, no por endeble sino porque es parecido a nosotros;
le gusta todo lo que nos gusta a los demás y fue el único dios que se
rebeló contra el poder", venían a ser, más o menos -cito de memoria- las palabras del intelectual uruguayo.
Pero no,
no me siento equiparado moralmente a Diego Maradona,
y no por su superada adicción o por sus contradicciones, sino porque
cuando él habla, salpica a todos y ofrece una imagen de la Argentina
que podemos resumir en
genocidas, Menem, corralitos, Grondona, los Kirchner y, por último, Maradona. Un espejo de la vergüenza: simples postales.
No es un dios de barro sino un
patético exponente de una sociedad en ruinas. Basta leer los comentarios de la crónica del partido para darse cuenta que su
"que la chupen" caló hondo en gente que se iguala ante el discurso de un desequilibrado y un falso exponente de los sueños argentinos.
Tocaba vergüenza por lo hecho,
humildad y promesa de trabajo para hacer un buen papel en el Mundial. Pero la vergüenza fue su discurso,
el abrazo de Bilardo,
el canto de algunos jugadores y el resentimiento, repito, de un ser que
mira al mundo como su enemigo, como el ejemplo de todo lo que odia.
Porque cuando habla el hígado, tal es el caso de Maradona,
habla el odio y la sed de venganza. Pero, ¿contra quién? ¿Contra qué? Es él el
último reducto de la ignominia,
el que con sus declaraciones cubre a Grondona de males mayores y de
debates necesarios. Pero es él, y en esto no debe haber perdón ni
olvido, el Embajador actual de un país corroído por la ausencia de
valores, por el desprestigio sistemático de unos personajes de avería y
por el pueblo llano que lo sigue, si es que lo sigue.
El que sea argentino en serio, el que aún comparta los sueños de un país mejor y de una sociedad sana -una utopía- debe
rebelarse contra la vergüenza que nos hace sentir Maradona. No, no es la superioridad vista desde Europa lo que moviliza estas líneas, sino el único y denodado esfuerzo de
pedirle perdón al mundopor tener en Maradona el máximo exponente de un país maltrecho.
Festejar a Maradona es como festejar el holocausto. Parte el alma.
Punto final.