Nadal sentenció el segundo set con cuatro puntos de salida en la reanudación de la muerte súbita, que ya
controlaba por 3-2. Total, 7-2 en la muerte súbita. 7-6 en la segunda manga y dos sets a cero para Rafa.
Nadie podía dudar de que el partido, como tal, había terminado. Entre perversas gotitas como amenazas,
el tercer set sobraba. Nadal estaba en semifinales y el primer convencido de su destino era González.
En ciertos puntos, en cierta perspectiva de los asientos de pista, la silla de Carlos Ramos tapaba a Nadal.
Sólo se veía a González percutir, pegar mandobles crispados y las bolas le volvían y volvían, como rebotando
en una pared o un tren blindado ambulante. El tren blindado que resoplaba era Nadal: 6-0 en el tercer set.
González, 59 errores no forzados. Eso de no forzados.
El tren era Nadal: que repite semifinales del US Open, ya consolidado de regreso al número dos de la ATP.
El mismo Nadal que hoy (18:00 horas, pendiente de la lluvia) regresa a la trinchera en que ya ha convertido
la Arthur Ashe, ante las granadas que va a lanzarle Del Potro. El mismo Nadal: con su bandana sudorosa,
sus abdominales doloridos y sus piernas bronceadas, pero fresquísimas. En la primera semifinal, Federer y
Djokovic van por delante de Nadal y Del Potro. A estas alturas, el US Open es una guerra de guerrillas, como
un combate en la jungla vietnamita. Se diría que eso es Territorio Nadal.