Cuando apenas era un veinteañero, Carlos Marzal quiso crear junto a un grupo de amigos una revista de literatura y pintura, "pero sólo conseguimos subvención para hacer una revista de literatura, pintura y toros". Por fortuna, tanto el poeta como sus compañeros eran "aficionados a la Fiesta", y ese periodo en que se mantuvo abierta Quites, desde 1982 hasta 1992, les permitió ahondar en un universo que les cautivaba. Tiempo después, cuando el autor es una de las voces más destacadas de las letras españolas -Premio Nacional de la Crítica y Nacional de Literatura, entre otros galardones- vuelve a los ruedos con Sentimiento del toreo (Tusquets), una antología de escritos taurinos -algunos editados en Quites, el resto de otras procedencias- de una amplia nómina de autores que Marzal presentó ayer en Sevilla junto a Felipe Benítez Reyes y Luis Francisco Esplá.
-Usted cuenta que descubrió que los toros eran literatura, fabulación, leyendo a Blanco White.
-Es la anécdota que simboliza mejor qué es lo taurino: la historia de un noble que después de quedarse ciego siguió yendo a la Maestranza con un amigo que le contaba lo que sucedía. Blanco White contaba que lloraba, que aplaudía y que pedía orejas como si estuviera viendo. A mí me da la sensación de que esa anécdota ilustra muy bien cómo los toros necesitan del relato, cómo necesitan de la fábula.
-En ese sentido, tanto usted como Benítez Reyes hablan de la importancia del verbo para convertir el toreo en leyenda.
-La faena es efímera, y una vez que termina, empieza la segunda parte: el engrandecimiento, la exageración de quien ha estado en la plaza. Por eso seguimos hablando de toreros y faenas que nadie ha visto. El espectador taurino tiene una fe muy especial: cree en lo que no ha visto nunca. Y sabe cómo toreaban Cúchares, Belmonte o El Espartero, aunque no los haya visto.
-De los autores recogidos en el libro, es Bergamín el más vehemente en su defensa de la Fiesta.
-Escogimos su texto para el comienzo porque lo veíamos muy potente. Es una defensa de la razón y de la inteligencia en el toreo. Recordemos que el fundamento de la Fiesta se establece en el Siglo de las Luces, la Fiesta es dieciochesca, y probablemente es el ritual artístico más pautado, más normativo, que exista. Eso lo hace la inteligencia, la razón: Bergamín lo retrata como un ritual marcado por el entendimiento.
-Usted destaca dos virtudes del toreo: su capacidad para transmitir emoción estética y para detener el tiempo.
-Creo que el toreo tiene eso en común con otras manifestaciones artísticas, con la pintura, la música o el cine: la suspensión de la temporalidad, esa capacidad que a veces tiene para atraparnos, para sacarnos del mundo. Cuando se produce la emoción estética, se detiene el tiempo, estamos en otra parte.
-Una disciplina artística donde el miedo juega un papel importante. Vargas Llosa y Caballero Bonald ven en ese miedo que debe ir venciendo el torero el alma del ritual...
-Es cierto que sobre el toreo planea siempre la tragedia, la sombra de la muerte, pero yo creo que en el fondo es el espectáculo más vitalista que hay. Es precisamente el triunfo de la vida, del hombre frente a la adversidad. Lo que nos dicen los toros es que todos tendremos que morir pero no será hoy.
-Vargas Llosa habla de los "silencios metafísicos" de la Maestranza. ¿Usted los ha vivido?
-Los he vivido, y cualquiera que haya estado una tarde en la Maestranza sabe que tiene algo especial, un aura histórica y un aura presente como no tiene ninguna plaza. Algunas plazas, como algunos templos o algunos paisajes, son sagradas.
-Es interesante cómo, en el diálogo entre Barceló y Luis Francisco Esplá, el pintor le enseña al diestro una visión nueva del toreo.
-Yo creo que es una de las joyas del volumen, un texto que va a ser una sorpresa para los lectores y que está llamado a ser un clásico de los escritos taurinos. Es un ejemplo de lucidez, de profundidad, un enfoque sorprendente del fenómeno plástico de los toros, y de muchas otras cosas porque es un diálogo muy rico.
-En Sentimiento del toreo también hay espacio para la reflexión de los diestros. Capítulos en los que queda de manifiesto la valía intelectual de Sánchez Mejías o de Antonio Bienvenida, por ejemplo.
-Son textos muy interesantes, porque son obra de grandísimas figuras del toreo que han sabido sintetizar y resumir su concepción de lo taurino con gracia, inteligencia y claridad.
-En una obra como ésta no podía faltar alguna referencia a José Tomás, del que habla Joaquín Sabina.
-Es uno de esos casos extraordinarios en los que un torero se convierte en algo más, destila un poder de atracción que hace que los aficionados tengan ganas de verlo, y exista la controversia. Una figura como él es muy beneficiosa para el mundo del toro.
-En el libro, Francisco Brines denuncia al torero al que le gusta entregarse al riesgo. ¿Sabe qué opina de José Tomás?
-Yo sé que a Brines le gusta, pero a veces se echa de menos un poco más de cabeza lidiadora, de técnica para retroceder. Como espectador me gusta que haya un poco más de gracia, de levedad, que no sea todo tan peligroso, tan trágico, en una faena. Estar con el ay permanente en la boca y en la conciencia es excesivo. Si además de ese derroche de valor, Tomás produce la levedad en la faena, la verdad es que cuaja maravillas.