Las convicciones y el abismo

A la selección argentina y a su público no le queda ni el orgullo de las glorias pasadas. Presenciar cómo Diego Maradona festejó el gol de Martín Palermo y el desahogo final, con llantos y abrazos incluidos, no hace sino exponer las vergüenzas de una camiseta manchada por la incapacidad de unos y la complicidad de otros.

Argentina es esto, nunca más cambalache que en su época presente: insultos y agradecimientos, un público ambivalente y sin el menor espíritu crítico, hijos del cuento bastardo de un éxito social que ni siquiera fue un sueño, pero sí pesadilla. Así nos va porque así somos. Mezcla de iglesias maradonianas e infiernos concienzudamente logrados a base de errores y falta de honradez.

Una victoria inmerecida, salpicada por algún que otro penalti no pitado y carente de sustento futbolístico, son apenas pinceladas del declive secular. Porque el fútbol ha dejado de ser un exponente de la única batalla en la que un pueblo puede sentirse orgulloso de valores como la hombría, la valentía y el amor por unos colores.

Es el miedo la única convicción reinante, el único ideario que carcome a todos. Y es fácil buscar responsables y encontrarlos en el césped. Pero también injusto. Maradona sabrá por qué apuesta por algunos que no tienen más talento que el del sí Diego, lo que vos digás, para permanecer en un once que no merece ir al Mundial.

Porque no juegan a nada, porque fueron goleados por Bolivia, porque se perdió en Ecuador, porque Chile lo bailó y porque Uruguay, de no mediar un milagro, está en condiciones de barrerlos del campo a fuerza de los valores que perdió Argentina. La Celeste tiene humildad, problemas y trincheras, pero en el banquillo está la gran diferencia. Los uruguayos saben a qué juegan mientras la albiceleste pierde prestigio en cada accionar de Maradona.

Verlo tirarse al césped del Monumental fue como una puñalada a la historia, a la grandeza y a la ambición del fútbol argentino. No se lo merecen Amadeo, Moreno, Marzolini. No se lo merecen nuestros padres y abuelos que medían el éxito sin valorar el resultado. Y no es un problema de formas, sino de fondo. La sociedad hace tiempo que premia el fin jutificado en los medios, hace tiempo que la Reina del Plata se prostituyó a costa de un futuro apocalíptico.

El fútbol y la selección no se han escapado de la vorágine y no son más que eso: un espejo roto manchado de vergüenzas. ¡Confiemos en la suerte!