El deporte salvadoreño está acostumbrado a no dar cuentas de lo bueno y lo malo que se hace y hay medios que se vuelven cómplices.
Las federaciones deportivas, a lo largo de los años, han cometido el error de no exigir informes detallados a atletas y entrenadores sobre resultados a corto, mediano y largo plazo, además de pedir una planificación detallada de qué se hará para alcanzar los objetivos y cómo.
Los problemas entre la dirigencia del atletismo, los marchistas y el entrenador de ese grupo de deportistas derivan de esa mala costumbre de no rendir cuentas toda vez que un resultado positivo en pleno desarrollo del ciclo olímpico los blinde para no ser criticados o cuestionados si los resultados posteriores no son los esperados.
Así como en la marcha, la cultura de la anarquía deportiva se traslada a otras federaciones que padecen del mismo mal, con atletas y entrenadores que parecieran ser una isla, apartados del resto de atletas de alto rendimiento que piden iguales o mejores oportunidades, con la renta mediática que les dan sus resultados, aunque estos daten de tres o cuatro años atrás.
Sí, renta mediática, porque hay medios de comunicación que se vuelven cómplices del desorden administrativo de las federaciones al dedicarse a privilegiar el resultado por encima de consideraciones que también pasan por lo disciplinario, o que confunden el periodismo rosa con el deportivo.
Hay periodistas que reclaman total apoyo hacia tal o cual entrenador o atleta por el simple hecho de haber conseguido un resultado que no se ha vuelto a repetir en años, pasando de la relación profesional medio-atleta a la de un amiguismo que no admite dedos en la llaga.
Las críticas deben ser asimiladas por la federación y los atletas como una práctica sana para contribuir a que los objetivos finales se concreten.